LAZARO NO ESTA MUERTO, ESTA DORMIDO: ¡LAZARO, SAL AFUERA!

​En la aldea de Betania, Jesús encontró una hospitalaria familia, de tres miembros que nos son muy conocidos, los tres son hermanos. Los padres no figuran para nada en la historia evangélica. Ahí había unas manos que esmeradamente lo atendían; unos oídos dóciles, enamorados de su palabra y un amor sincero de Amistad. Todo era felicidad y más cuando el Maestro Jesús era tenido por huésped.

​Un día Lázaro enfermó de gravedad y Martha y María le mandaron un mensaje breve y discreto: “Señor, el que amas está enfermo”. El emisario de Betania, angustiosamente cumplió con lo mandado. Pero Jesús se limitó a decir delante del mensajero: “ESTA ENFERMEDAD NO ES DE MUERTE SINO PARA GLORIA DE DIOS Y PARA QUE SEA GLORIFICADO EL HIJO DE DIOS”​

​No tuvo pues prisa en estar al lado del amigo herido de muerte; porque no quería sanarlo, sino resucitarlo para gloria del Padre y del Hijo. Entre tanto la impaciencia crecía en Betania, ya que las hermanas pensaban que al recibir Jesús la misiva se apresuraría a ir a ver a Lázaro. Todas las tardes con los ojos llorosos y el vacío en el corazón exploraban el camino.

​Vana esperanza. Lázaro murió. La casa de Betania parecía ahora más amplia y más oscura aunque la muerte multiplique las imágenes del muerto. Este, vive en la simultánea, compleja y numerosa magia de una presencia invisible. Cada pormenor familiar habla de él. Por más que retardaron el entierro. Jesús, no llegó. Llegó cuando Lázaro era ya presa de la muerte y de la hediondez, según las palabras de la hermana, que no abrigaba ninguna esperanza de una prematura resurrección.

​Pero como Jesús es fuente de vida y agente de resurrección, va a donde se encuentra sepultado y contagiado por el dolor humano, solloza por su amigo. Su llanto no es mesiánico, como el que tendrá lugar frente a la Ciudad Santa, sino el de un hombre que llora por las mismas causas de los demás. Es en todo semejante a nosotros excepto en el pecado.

​Rápido se serena y recobra su aspecto de majestad, hace una plegaria por la que se reconoce enviado del Padre y con voz de autoridad y dominio en medio de un silencio profundo clamó: ¡LAZARO, SAL ACA AFUERA! Obligando así a la muerte a soltar a su presa. LAZARO VUELVE A LA VIDA.

​Está ahí un vivo que fue muerto vivo. La admiración y el terror se apoderaron de los presentes. Lázaro era motivo de alegría y de terror, porque conocía a la muerte: ésta, había estado con él y las tinieblas de la fosa sepulcral, fueron sus compañeros por cuatro días. Su espíritu había estado en regiones desconocidas. Era un enigma, como lo es la muerte, pero nadie se atrevía a preguntarle, sobre sus aventuras de aquel misterioso viaje.

​La alegría y la admiración que reinaba en el ambiente de Betania no era algo vulgar. Aquel difunto que estuvo amortajado y embalsamado, ahora caminaba, comía y sonreía era todo un documento de eternidad. Fue en este milagro en donde la gloria de Jesús brilló con todo su fulgor. Este admirable suceso, fue ocasión de que muchos judíos creyeran en El.

​Pero también aumentó la envidia y el odio de los fariseos. Jesús es signo de contradicción, Para unos es salvación; para otros piedra de tropiezo. Para unos aquel milagro fue principio de conversión; para otros obsesión de pecado. Jesús es como el sol; cuando éste brilla sobre el barro lo endurece y si brilla sobre la cera la ablanda. Unos se endurecen para la incredulidad, otros se ablandan para la fe. La historia humana está llena de estas absurdas contradicciones, pero es difícil encontrar una obstinación comparable con la de los fariseos.

​La resurrección de Lázaro atrajo a los buenos e irritó a los malos. Los enemigos de Jesús, no pueden negar el milagro, pero están impotentes frente a él. Aquella resurrección, no fue sino el detonador que hizo estallar el odio, que no se saciará hasta verlo en el patíbulo de la cruz. No siempre los milagros son remedio para la incredulidad.

​La persona que no quiere creer, aunque un muerto resucite, no cambiará su forma equivocada de pensar. Hay gente tan curiosa obcecada, que prefiere creer en los absurdos, antes que aceptar un misterio. Para una gente así el hecho milagroso, lejos de disponerlo a la Fe, lo endurece, como al Faraón de Egipto.

​Los milagros, no son hechos destinados a satisfacer necesidades de seguridad, sino que son medios de los que Dios se sirve, para conducir la historia humana, hacia el establecimiento del Reino y son realizados en momentos cruciales para fortalecer la Fe.

​El milagro es signo de que ha llegado al mundo la Salvación. Es el lenguaje divino, la palabra concreta y apremiante y como testimonio de autenticidad de que Jesús es el ENVIADO para la salud de la humanidad. Los milagros son Epifanías del Salvador que nos dicen que Dios está en medio de nosotros. Son una llamada a la conversión y a la fe.

​La resurrección de Lázaro, selló la sentencia de la muerte de Jesús. Mientras que Jesús manda quitar la piedra del sepulcro de Lázaro, las autoridades religiosas judías, mandaban preparar otra piedra para cerrar el sepulcro de Jesús. Con ocasión de este milagro piense que Jesús es dueño y fuente de la vida y que tiene poder sobre la muerte.

​Jesús es la resurrección y vida y el que cree en El, aunque muera vivirá, confíe en que un día su palabra omnipotente también nos sacará de la tumba como a Lázaro. Nuestra fe en Jesús debe ser como el SEÑOR DE LA VIDA Y VENCEDOR DE LA MUERTE, que nos abre un nuevo camino hacia la vida eterna de Dios.

​Y todo el que cree en El, aunque haya muerto, vive. Porque es Resurrección y vida; bajó del cielo, para dar vida física y espiritual a la humanidad. El ser humano que se mantiene unido al Divino Redentor por medio de una firme fe, siempre tendrá vida, aunque haya muerto en el mudo temporal.

​Las consecuencias de este milagro, fueron que muchos creyeron en El; y los enemigos redoblan su odio y su furor y aceleran la realización de sus designios sanguinarios mortales y entre borrascosa discusión, acordaron deshacerse de Jesús lo más pronto posible. Este milagro decidió su muerte en la cruz. Pero todo fue para darnos vida y gloria a Él.

​Aprovechemos este acontecimiento y ojalá que por nuestras buenas obras, un día resucitemos como Lázaro, salgamos del sepulcro y vivamos en la eternidad, desde el día de nuestra muerte, aunque los llantos de los familiares y amigos resuenen, en la casa o alrededor de la tumba.
​Porque todo el que haya creído en El y se haya arrepentido de sus pecados, vivirá. La muerte aunque nos cause tristeza y miedo es un sueño muy especial, que nos hace nacer a la vida eterna, para la que fuimos creados. Este milagro de la resurrección de Lázaro, es un hecho histórico y Teofónico que corona la vida pública del Divino Redentor; de su obra y de su verdadera misión salvífica; que no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, con El; porque es: Resurrección y vida. Este hecho histórico en el que la muerte de su amigo entrañable, conmueve hondamente al Divino Redentor y la resurrección es señal de la resurrección de todo creyente. El mismo dirá: “Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera vivirá”. Porque ha vencido a la muerte, con su resurrección; y nos ha abierto, un camino nuevo y seguro hacia la vida eterna; que la perdemos, rompiendo nuestra unión con El. La perdemos por el mal que hacemos y por la muerte de la fe. No olvide que esta unión, la vivimos por medio de los sacramentos que debemos frecuentar; que vivamos su palabra con fidelidad, demostrándola con nuestras obras. Para esto debemos tener educados los gestos, las pasiones y demás, que todo ser humano siente; y reflejar en nuestra vida, las posturas y expresiones de Cristo Jesús que vive en nosotros. Ojalá que sepamos ser siempre: Sagrario viviente de Cristo a lo largo de nuestra vida. Que no estemos muertos en nuestra fe. ¡Arriba y adelante!