El Ministerio del Lector

A menudo no hay lectores para proclamar la Palabra en nuestras eucaristías …La mayoría de las veces la proclamación es mediocre y deja mucho que desear. Vamos a realizar un breve repaso sobre este importante ministerio del que poco o muy pocos sabemos, con el objeto de mejorar en la medida de lo posible esta realidad.

a) El lector es oyente antes que proclamador de la Palabra.

El heraldo de la Palabra, antes que anunciarla, tiene que haberla acogido en su corazón de forma que esa Palabra que proclama pueda salir del corazón más que de su boca. Para ello necesita adoptar una permanente actitud de conversión ya que de un corazón sucio no puede brotar palabra limpia.

De esta manera, introducido en los misterios del Reino, se ve estimulado en la búsqueda de las virtudes que no posee y de todo lo necesario para presentar la Palabra de forma que cautive al oyente y lo anime a tomarla en consideración en su vida.

Para ello hace falta que no se quede en la letra sino que se deje iluminar por el Espíritu que la inspiró en su escritura, para que iluminado también por el mismo Espíritu pueda proclamarla con el calor que engendre hijos para Dios.

Por ello el lector no se puede contentar con cultivar las cualidades de un buen comunicador, sino que tiene que dedicar tiempo al estudio y oración de esa Palabra, para identificarse con el sentido que Dios ha querido darle, dejándose empapar por el espíritu que la animó. Si el lector no recrea la Palabra que pronuncia, no la está haciendo actual en la Asamblea que la recibe, y la Palabra litúrgica, es la que Dios dirige en el aquí y ahora de nuestra vida de creyentes.

De esta manera cada día, se irá superando la dicotomía entre la Palabra que se proclama, la propia santificación y la salvación de aquellos que la escuchan con amor. Lo intelectual, lo espiritual y lo pastoral van siempre de la mano en la celebración.

b) El lector es evangelizador, catequista y testigo de la Palabra que proclama.

Evangelizar, celebrar y compromiso de vida configurada una trilogía inseparable en el quehacer de la Iglesia y el instituido Lector de la Palabra tiene que tenerlo muy en cuenta en su vida espiritual.

Para proclamar la Palabra hay que creerla en el corazón, celebrarla con los signos sacramentales y comprometerse en dejar que transforme nuestra vida. En consecuencia los rasgos que deben configurar al que por ministerio es proclamador de la Palabra son estos:

  • Asume, vive y se compromete gozosamente con el Evangelio que proclama.
  • Conoce y hace suyos los problemas de la gente con la que convive de forma que es capaz de leer, interpretar y discernir la realidad en la que se encuentra inmerso de forma que la pueda iluminar con la Palabra que proclama en la celebración.
  • El lector tiene que ser hombre y/o mujer libre que no se deje atrapar por ideologías teológicas o sociales que tergiversan el sentido de la salvación integral del hombre que quiere la Palabra proclamada.
  • Tiene capacidad crítica para saber mirar la realidad en la que vive haciendo presente en ella el Reino de Dios.
  • Hunde sus raíces en el trato de intimidad con Cristo con el que se va identificando por la gracia del Espíritu.

c) Para proclamar la Palabra hay que reunir algunas cualidades.

Es evidente que hay que saber leer, leer la línea siguiente mientras se está proclamando la anterior de forma que se puedan prever las palabras difíciles o los posibles errores de impresión; para poder dar la entonación conveniente en las pausas, puntos, interrogaciones, etc.

Es de suma importancia tener en cuenta el timbre de la voz del que lee y la acústica del local en el que se proclama la Palabra.