Domingo Mundial de las Misiones: Una lucecita en la oscuridad

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Tipo: 
Nacional

Isaías 56, 1. 6-7: “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”
Salmo 66: “Que todos los pueblos conozcan tu bondad”
I Timoteo 2, 1-8: “Dios quiere que todos los pueblos se salven”
San Mateo 28, 16-20: “Vayan y enseñen a todas las naciones”

Una lucecita

Suele suceder en medio de la montaña: al oscurecer, todos los caminos se parecen y fácilmente se toma el sendero equivocado. La oscuridad, el cansancio y la lluvia, terminan por complicarlo todo y nos encontramos irremediablemente perdidos… Con una cara de sorpresa e interrogación, los ancianos, al contemplarnos llenos de lodo tocando a su puerta a deshoras de la noche, se atreven a preguntarnos: “¿Cómo hasta aquí llegaron si está todo tan oscuro?”. “Seguimos la luz de su casa”, fue nuestra respuesta. No era la luz eléctrica que resplandece y encandila, era una luz suave y tenue aportada por el fogón y un mechón, a través de las rendijas que dejaban los tablones de la pobre casa. “Cuando ya nos dimos cuenta que nos habíamos equivocado y nos sentíamos perdidos, en el lodo, entre espinos, sin saber a dónde, caminamos y caminamos, y en medio de la oscuridad empezamos a ver estas lucecitas de su casa y por eso llegamos”. Entre la hospitalidad, las risas y las bromas, y un cafecito bien caliente, nos hicieron saber que estábamos muy cerca del camino, pero realmente perdidos, y nos dirigíamos exactamente al lado contrario. “Una lucecita que brilla en la noche no se puede esconder… nos muestra el camino verdadero, igual que la bondad de aquellos ancianos”.

Día de las misiones

Hoy celebramos el día mundial de las misiones. Día de Misiones es un día muy especial. Es recordar y hacer presente todo el gran proyecto de salvación de Dios hacia el hombre, su búsqueda incansable, todo lo que ha hecho por amor y la apertura de su invitación a todos los pueblos a participar de una vida plena. La primera lectura nos sitúa en el verdadero contexto: cuando el pueblo de Israel está más desalentado porque se retrasa la manifestación de Dios, el profeta les anuncia con toda seguridad que “la salvación está a punto de llegar” y no solamente para ellos sino para todos los que han creído y se han adherido al Señor. El camino para preparar este advenimiento es “velar por los derechos de los demás y practicar la justicia”, valores universales y muy fáciles de comprender por todas las naciones. Nada hay en este texto de ese nacionalismo exagerado que se atribuye a los israelitas, nada de orgullos, nada de discriminaciones, sólo el ofrecimiento de una alegría compartida con todos los pueblos presentando el verdadero sacrificio en la casa del Señor. Ésta es la verdadera misión: compartir la justicia, el derecho y la alegría que Cristo nos ha traído. Si llenamos nuestro corazón de su luz, aunque nosotros no nos lo propongamos, nuestra pequeña luz irradiará para guiar a otros hacia la verdad. La verdadera luz que no se acaba es Jesús. Enviado Él mismo por el Padre, es el modelo de toda misión. Mirando su vida y su obra podremos entender la grandeza y la belleza de esta tarea. El texto de San Mateo nos lleva hasta Galilea, la pequeña y olvidada Galilea, y ahí nos muestra a Jesús enviando a sus apóstoles a todas las naciones. No podemos pues tener otro modelo de misión que el mismo que tenía Jesús. Recuerda el poder que se le ha concedido y con ese mismo poder envía a sus discípulos. ¿Cuál es el poder de Jesús? La verdad, la coherencia, el amor y el servicio. Es con Jesús y al estilo de Jesús como haremos la nueva evangelización, como nos lanzaremos a la misión.

Recordando el Vaticano II

En medio de las grandes celebraciones por la inauguración del Año de la Fe y la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II, me llaman mucho la atención las palabras humildes, realistas pero muy comprometidas, que el Papa Benedicto XVI dirigía a los antorchitas el jueves 11 por la noche: “Hace 50 años yo también estaba en esta plaza con la mirada vuelta a esta ventana donde se asomó el beato papa Juan XXIII y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras del corazón”, recordó Benedicto XVI. “Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo, el gran concilio ecuménico estaba inaugurado. Estábamos seguros de que debía venir una nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés, con nueva presencia fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”. “También hoy estamos felices, llevamos alegría en nuestro corazón pero diría una alegría quizá más sobria, una alegría humilde”. “En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce siempre y de nuevo en pecados personales que pueden incluso convertirse en estructuras de pecado”. “Hemos visto que, en el campo del Señor hay cada vez más cizaña, hemos visto que en la red de Pedro hay también peces malos, hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando también con viento contrario, con tempestades que amenazan la nave y algunas veces hemos pensado: el Señor duerme y nos ha olvidado”. “Esta es una parte de la experiencia hecha en estos 50 años. Hemos tenido también nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad de su fuerza: el fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador ni destructivo, es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad y de verdad que transforma, da luz y calor”. “Hemos visto que el Señor no nos olvida, incluso hoy a su modo humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. ¡Sí, Cristo vive!, está con nosotros también hoy y podemos ser felices también hoy porque su bondad no se ha apagado, y es fuerte también hoy”.

Un fuego interior que ilumina

Y estas palabras las percibo como una actualización de la escena donde Cristo enviaba a sus discípulos. Algunos temblaban reconociendo la grandeza de la misión y la debilidad de sus personas. Pero la misión no depende de ellos, depende de dejarse iluminar por Jesús y llevar esa pequeña llama a todos los pueblos. No nos sostenemos en nuestras propias fuerzas sino en la promesa de su presencia. Hoy más que nunca resuenan esas palabras de Jesús: “Vayan a todas las naciones”. Con mayor entusiasmo, con mayor humildad, con mayor coherencia y también con mayor compromiso. Por ello, los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio, la plenitud del cumplimiento de la vocación humana. Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y después, con un gozo que no cabe en el corazón, llevaremos Buena Nueva a un mundo que se pierde en la desesperación y no encuentra una brújula que guíe sus pasos. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios, nuestro mundo puede volver a encontrar su centro y su profundidad.

Alguien me recordaba que en su infancia por misiones solamente se entendía hacer una oración, dar una limosa y recordar a los pobrecitos del África que no habían conocido a Jesús, pero la misión implica un compromiso mucho más serio: es vivir plenamente el Evangelio y hacer que brote de nuestro interior una vida que contagie a los demás. Evangelizar es anunciar a Cristo con alegría, presentar su persona y su vida a los hombres de nuestro tiempo; es proclamar que su Reino es posible en medio de nosotros, que su mensaje está vivo; es descubrir que su presencia y su obra pueden continuar por medio de la Iglesia. Es creer que sigue actuando en las pequeñas acciones de cada uno de nosotros; y es llenarnos de esperanza y de ilusión porque es posible construir una nueva humanidad, una nueva familia. Es posible realizar hoy el sueño de Jesús.

¿Cómo estamos viviendo nosotros nuestra misión? ¿Cómo estamos construyendo, desde lo pequeño, esa nueva humanidad?

Señor y Dios nuestro, que has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvación para todos los hombres, haz que tus fieles caigan en la cuenta de que están llamados a trabajar por la salvación de los demás, para que todos los pueblos de la tierra formen una sola familia y surja una humanidad nueva en Cristo nuestro Señor. Amén.

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas