Sin miedo y con alegría, en toda la Pascua

Durante la Pascua, con toda la Iglesia, hacemos una única profesión de nuestra fe. Creemos que Jesús, nacido de María, muerto en la cruz, ha resucitado y vive para siempre. Esta verdad fundamental de nuestra fe la tenemos no sólo que confesar, sino que la tenemos que vivir.

Tal vez sea fácil confesar que Jesucristo murió y resucitó, pero lo más importante es que hagamos que esta verdad ilumine nuestro diario vivir. Cristo murió, y con su muerte ha vencido el pecado, el mal, y brilla con la luz de la santidad para todos.

Por el sacramento del Bautismo hemos participado de la muerte de Cristo, muriendo a todos nuestros pecados, pero hace falta que hagamos brillar en nuestra vida la luz de la vida nueva, la luz de la santidad en nosotros.

Éste es el desafío que nos deja la celebración y la confesión de la resurrección de Jesús, que hagamos que Él inspire nuestra manera de pensar, los actos de nuestra vida, para que brille en nosotros la vida nueva que nos mereció con su resurrección.

Por otra parte, el Señor nos invita a que no tengamos miedo. Si Él brilla con la claridad de la luz que venció las tinieblas, debemos ir por la vida con toda la seguridad de que el camino está bien señalado. Es el que ha recorrido Jesucristo, nuestro Maestro, para llevarnos a la salvación.

No tengamos miedo de seguir a Jesús, de escuchar su Palabra; no tengamos miedo de ponerla en práctica, por más descalificaciones que nos hagan, por más burlas que escuchemos, por más argumentos en contra que nos presenten.

En la Pascua dos elementos que sobresalen. Uno es la luz. Cristo, que es luz, nos invita a que también nosotros seamos luz para nuestros hermanos, con nuestra vida apegada al Evangelio y a la participación de la Gracia. Él nos ilumina para que nosotros seamos luz. Que nunca seamos motivo de confusión, de tiniebla, para nuestros hermanos.

El otro elemento es el agua, unida al Espíritu que el Señor nos mereció con su muerte y resurrección. El agua bautismal nos ha lavado y nos ha purificado, nos ha hecho creaturas nuevas. Vayamos por la vida haciendo resplandecer esta condición de creaturas nuevas, renacidas por las aguas del Bautismo. Que no volvamos a la esclavitud del pecado.

En este tiempo pascual, el Señor nos ha llamado no sólo a no tener miedo, sino también a la alegría. Que este gozo se prolongue a lo largo de toda la Pascua, como si fuera un solo día. Pero que nuestra alegría sea auténtica, es decir, fruto de vivir con la condición de creaturas nuevas, muertas al pecado y resucitadas con Cristo a la vida de la santidad y de la gracia.